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jueves, 18 de abril de 2013

MindBook - 26: Control (3)

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06, 07, 08, 09, 10, 11, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 20, 21, 22, 23, 24, 25

Observó al sujeto entrando en la cocina y le sorprendió su fallido intento de cazar al cursor, lo que le hizo esbozar una sonrisa condescendiente. También le sorprendió su habilidad culinaria y su exótica y calórica dieta matinal. La mañana transcurría con total normalidad hasta que, finalizado el desayuno, el sujeto se sentó en el sillón del salón, momento en el que Control abandonó su puesto para prepararse un café. Inopinadamente, sonó una estridente alarma que casi le provoca derramar la taza. Se dirigió rápidamente a su puesto de control y la identificó como un alarma de área crítica. Las señales transmitidas por el smartchip revelaban intensa actividad en el área correspondiente a la memoria de almacenamiento definitivo. No podía saber en qué pensaba –ésta era una de las principales carencias del sistema–, pero, indudablemente, el sujeto estaba sumido en un proceso de profunda abstracción visitando sus recuerdos. En este momento, era dueño de sí mismo y esto, por definición, no le agradaba en absoluto al sistema, empeñado, casi a dedicación plena, en erradicar esta molesta costumbre de sus administrados. Pero, según su experiencia, esta circunstancia, por sí misma, no acostumbraba a despertar tanta atención, a menos que se diera alguna concatenación de hechos que activasen los sutiles circuitos de análisis de peligros potenciales. Control lo comprendió inmediatamente al consultar el mensaje en el monitor:
«Nivel actual 5. Constantes vitales ligeramente alteradas. Detectada sudoración. Sujeto en abstracción profunda. Área de memoria definitiva activada. Coincidencia con delito de posesión de material clásico prohibido detectado hace 20 horas. Riesgo elevado de desestabilización por nostalgia aguda. Propuesta: más de 15 minutos, pasar a nivel 7. Pulse <OK> para proceder, <Cancel> para cancelar».
Control observó el cronómetro: el sujeto llevaba diez minutos en este estado. Recordó el protocolo. El nivel 7 no estaba sujeto a supervisión aunque, si el controlador tenía dudas, podía someter la decisión a consulta, recurso considerado frecuentemente por los supervisores como un demérito. Recordó que la consecuencia directa de la aplicación del nivel 7 era la generación de dolor de cabeza. Con él se buscaba erradicar el hábito de pensar –o de recordar– utilizando la técnica ancestral de adiestramiento conocida como «premio-castigo»: piensas->duele; no-piensas->no-duele. Según le habían explicado en los cursos de formación, en el estado actual de la tecnología, éste era el único efecto físico controlable a distancia. Se conseguía con el envío al smartchip de patrones de pulsos sin significado alguno –no correspondientes a ninguna coordenada del mapa cerebral–, lo que causaba un molesto dolor de cabeza que se mantenía durante la excitación. La frecuencia de los pulsos determinaba la intensidad del efecto. Control decidió esperar cinco minutos más y si se mantenía el estado, pulsar <OK>. Pasó el tiempo y pulsó –todas las acciones invasivas debían ser ejecutadas físicamente por la mano humana–. El nivel de control pasó a 7. Ajustó la intensidad del efecto a su nivel medio. Le sorprendió la persistencia del sujeto. Sentado tranquilamente en su sillón, a pesar del presumible dolor de cabeza, perseveró en su actitud durante más de una hora. Una vez que Control comprobó que el sujeto había abandonado su viaje al pasado, desconectó el generador. Según el protocolo, el nivel de control se mantendría preventivamente a 7 durante unas horas.

Poco después, el observado le maravilló con una nueva sesión de cocina absolutamente excepcional, por anormal, obsequiándole de propina con la efusiva bienvenida a su invitada, bienvenida que Control observó con delectación. Aprovechó la aburrida comida de la pareja para hacer lo propio, con el absoluto convencimiento de que se avecinaba espectáculo. Y no quedó decepcionado. La combinación de las imágenes en tiempo real con la monitorización de las constantes vitales de la pareja se le antojaron un excepcional espectáculo de ballet caracterizado por una extremada complejidad y sincronización, así como por la sincera y espontánea entrega de los intérpretes. Sin duda, la sintonía estaba siendo perfecta. Tanto que hasta un inspector como él, curtido en mil batallas y revestido de una coraza de amoralidad a prueba de balas, sintió pudor y apartó la vista antes del climax, en un débil intento de concederles un mínimo espacio de intimidad, de restituirles un ápice de la dignidad perdida, asumiendo el probable riesgo de que esta manifestación de debilidad representase una mancha en su expediente. Definitivamente –pensó–, la jornada estaba resultando mucho más entretenida –y, en cierto modo, más edificante– que la mayoría de las películas exclusivas que le brindaba su status de inspector.

Tranquilizada la sala –video y audio–, una vez recuperadas sus constantes vitales y de nuevo solo, Control siguió con interés sus evoluciones por el domicilio, que concluyeron en una visita a su cuarto de baño tras efectuar alguna furtiva maniobra –fuera del campo visual– en la habitación de su padre. Control entró en alerta al recordar que era en esta habitación donde ayer se había registrado el delito y concluyó que estaban relacionados y que, sin duda, el sujeto pretendía seguir delinquiendo en la intimidad de su excusado. Pero durante la siguiente hora, la opacidad de lo que se estaba cociendo sólo se vio aclarada por esporádicas alteraciones del pulso, el sonido de su respiración y por alguna imprecación verbal que no le aportó clave alguna. Ni tapa de inodoro, ni micción, ni descarga de cisterna, ni apertura de grifos, ni ducha, ni secado de pelo, ni afeitado... Nada, excepto un leve chapoteo final, antes de abandonar el reducto, probablemente para refrescarse la cara. Fuera lo que fuera lo que estuviese haciendo, lo podía hacer en silencio.

Sobre las ocho de la tarde, el sujeto inició sesión en MindBook y cuando llevaba más de media hora en labores rutinarias e intrascendentes –correo, noticias, etc.– Control, dado que la sesión se estaba grabando y convencido de que su jornada de guardia finalizaría sin más novedades, fue a por un café. No había terminado de preparárselo cuando sonó de nuevo la alarma, pero esta vez con una intensidad y melodía –si es que se le podía llamar así– que, además de penetrante y estridente, era totalmente novedosa. Maldiciendo su suerte, se plantó de un salto frente al monitor y presenció un espectáculo inédito: ¡un nivel 10! ¡su primer nivel 10! Quedó alucinado. Sabía de su existencia, pero de su rareza daba fe el hecho de que ni él ni ninguno de los controladores con los que se relacionaba lo hubieran experimentado jamás. A pesar de que podía revisar la grabación para conocer en detalle la causa del desaguisado, se limitó a leer el mensaje sobreimpresionado:
«Nivel actual 7. Detectada búsqueda en MindyPedia de un item cancelado. Detectada búsqueda de amistad con filtro <Hijos de cuatro mindynames con cuenta cancelada> y mindyname reservado <Inquieto*>. Cuatro resultados. Riesgo crítico de seguridad. Recomendado nivel 10. Supervisión obligatoria».
Cuando Control leyó el mensaje, cesó la estresante alarma sónica. La verdad –pensó– es que no le parecía tan grave, aunque lo del mindyname «reservado» le dejó un tanto pensativo. Mientras reflexionaba, le pareció sentir un atisbo de dolor de cabeza, pero abandonó inmediatamente sus dudas porque debía informar, cosa que hizo en el acto –Control ignoraba, entre otras muchas cosas, que la obligación de informar a los supervisores era una simple formalidad destinada a evaluar su grado de compromiso, ya que todos ellos las recibían instantáneamente–.

Y ahí se encontraba, esperando la decisión, con el sujeto mirándole fijamente a los ojos, cuando un nuevo mensaje apareció sobreimpresionado sobre su hierático rostro: «Sujeto bajo control del supervisor» y, tras unos segundos, la pantalla del monitor se apagó y la sala quedó en silencio.

Control se sorprendió por la abrupta forma de finalizar el seguimiento y no pudo evitar dedicar un fugaz –por temor al dolor de cabeza– pensamiento a su compañero de domingo, Inquieto. El tipo le había resultado simpático. Y su pareja Alma, también. Mentalmente, les deseó buena suerte a ambos. En especial a Inquieto por su nivel 10, cuyas consecuencias desconocía. Llegó su relevo –caramba, qué tarde, pensó, ya eran las nueve–, le explicó brevemente las novedades, recibió una efusiva felicitación por su primer nivel 10 y abandonó el centro de control en dirección a su domicilio. Estaba muy cansado.

Continuará...

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