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domingo, 31 de marzo de 2013

MindBook - 07: Fast-rewind

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04, 05, 06

El efecto de accionar mentalmente la tecla fue inmediato. A pesar de seguir con los ojos cerrados, se hizo la luz. Y en negro sobre blanco, percibió una rápida sucesión de cuatro borrones de contorno difuso en constante movimiento. Cuando consiguió adaptar su pupila mental al súbito cambio, en primer lugar creyó ver cifras y no tardó demasiado en identificar los grupos como números de año en rápida secuencia decremental. No habrían transcurrido más de dos segundos y ya estaba leyendo 2055, 2054, 2053... Tendría de tener cuidado con la dichosa tecla. Tenía muy presente la planificación, por lo que mantuvo la calma y esperó tranquilamente el final de la bobina del tiempo –de hecho, el principio–. Unos diez segundos después terminó la secuencia, se abrió la ventana del recuerdo y apareció una escena que le pareció familiar. No estaba demasiado seguro, pero creía que el último número visto fue 2010. Si esto era cierto, tenía cinco años.

Notó contacto físico en la mano –era consciente de que estaba recordando, pero la sensación no podía ser más real– y dirigió la mirada en su dirección con objeto de identificar la causa. Su padre le llevaba de la mano. El impacto fue brutal. La mezcla de dos recuerdos era una experiencia nueva y desestabilizante a la que tendría que acostumbrarse. De otro modo, perdería el control y debía mantenerlo para poder pulsar discrecionalmente la teclas virtuales. O para poder decidir abrir de nuevo los ojos, maniobra que suponía equivalente a stop –no lo había verificado– y que, por lo tanto, abortaría inmediatamente el recuerdo. El hecho era que, en estos momentos, al potente recuerdo real, por reciente, del rostro de su anciano padre se le superponía el recuerdo artificial recreado con sus jueguecitos. Se esforzó en atenuar el recuerdo del presente y comprobó con satisfacción que la imagen de su joven padre de treinta y cinco años se hacía más nítida y que la sensación de tranquilidad regresaba al recuerdo. Caminaban por la calle y su padre le explicaba que iban a visitar a los abuelos. La próxima secuencia le mostraba el interior de una vivienda que también le resultaba vagamente familiar. Frente a él, sus abuelos se entregaban a la gratificante tarea de entregarle unos regalitos por su cumpleaños: un bloc de dibujo y una caja de lápices de colores. Todos hablaban dirigiéndose a su persona, pero no fue capaz de recordar las palabras. En cualquier caso, percibía una sensación sumamente agradable y se respiraba buen ambiente. Pensó que era el primero de sus recuerdos. Esto era lo que había planificado. El principio de la bobina. No sacaría más. Pero, indudablemente, el recuerdo ahí estaba. Ahí había estado desde entonces. En un puñado de neuronas debidamente codificadas que se acababan de reactivar. Y quedaba lo sustantivo, la esencia: papel y lápices. Sin duda, le causó profunda satisfacción, porque su recuerdo había perdurado 55 años. Y no dejaba de ser premonitorio: dos productos de la lista negra; dos paradigmas de la creatividad humana; dos elementos de la caja de Pandora.

Convencido de que eso era todo –seguía la feliz conversación a tres y medio en la que él era el medio– retomó el control y pulsó pause. Con el recuerdo congelado, reflexionó sobre los pasos siguientes. Tenía dos opciones: pulsar fast-forward, pause y play de forma discrecional –para ello debía acertar en el año, cosa harto difícil por la rapidez necesaria y, sobre todo, porque no tenía preparada una lista de años– o intentar una suerte de modo «automático», dejando el control de los hitos más importantes a su subconsciente. Decidió esta última opción, cuyo único riesgo, si fallaba, era volver directamente al sillón del presente. En cambio, si funcionaba, tendría ya algunas respuestas. Pulsó fast-forward y empezó a desfilar el carrusel de años. Esperó...  

Continuará...      

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