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viernes, 29 de marzo de 2013

MindBook - 05: La Caja de Pandora

Capítulos anteriores: 01, 02, 03, 04

Inquieto8! depositó suavemente las reliquias sobre la cama. Por descontado, ignoró completamente el cursor titilante. Lo último en que pensaba ahora era iniciar una sesión en MindBook. De hecho, antes de abrirla había valorado llevarse la caja a la intimidad del cuarto de baño, pero no le pareció lugar adecuado para este potencial tesoro. Algo así no podía ser otra cosa. Aún sin abrirla presentía algo grande. Algo en consonancia con la personalidad de su padre, una personalidad tan normal que, simplemente por eso, era excepcional. Siempre respetuoso con las normas, poco dado a discursos grandilocuentes o a repartir lecciones. Practicaba con el ejemplo. Y por lo visto hasta ahora, también con la caja. Vaya si practicaba.

Recordaba haber permanecido largo rato de pie valorando el inventario. Todos los objetos eran clásicos y, como tales, carne de presidio –así se indicaba en el documento «Condiciones y política de MindBook»–. Quien lo iba a decir. Su padre, todo un delincuente. Menuda herencia. Pensó que su padre se había quedado tranquilo. Y pensó también que, con toda probabilidad, quizá en aplicación de una extraña ley de conservación, era su propia tranquilidad la que ahora había acabado. Esa tranquilidad que, ingenuamente, creía disfrutar.

A medida que se reponía de la sorpresa, aumentaba la sensación de que tenía que hacer algo. Seguía plantado como una estatua. Reprimió la reacción instintiva de mirar a la pantalla. Resultaba dificilísimo hacerlo sin desviar la vista hacia el esquivo cursor, siempre presente pero nunca visible. Pero ahí estaba. Todo el mundo lo sabía: esquina superior izquierda. Mirar esta parte de la pantalla, activarse la sesión en MindBook y, consecuentemente, la grabación de todo lo que estaba a su alcance, era todo uno. Pero Inquieto8!, haciendo honor a su nombre, hacía años que había encontrado la forma de verlo mediante un espejo. La reflexión de la luz evitaba la detección de la orientación de la pupila y la pantalla no sabía que la estaban mirando. La verdad, más allá de la perversa satisfacción de poder ver el insulso guión titilante, la maniobra no tenía utilidad alguna, pero la primera vez que lo vio, su ego engordó dos kilos. Desde entonces, repetía la operación esporádicamente, esperando detectar algún cambio en tan primitivo indicador, cambio que, con toda seguridad, de producirse, no sería capaz de interpretar. Pero su inquietud innata mantenía viva la pretensión de conseguirlo cazar en directo, sin espejo, aunque debía reconocer que tras treinta años de intensivo entrenamiento ocular, intentos continuados y burlas paternas, no lo había conseguido. Y ya empezaba a perder las esperanzas. La edad jugaba en su contra. Hoy cumplía los sesenta.

Regresó al recuerdo. Lo que hizo fue verificar discretamente la línea visual entre la superficie de la cama y la pantalla y confirmó sus sospechas: las reliquias estaban de lo más expuestas. Por lo tanto, como primera providencia, se plantó en medio. El mal –suponiendo lo peor– ya estaba hecho. Le vino a la cabeza el convencimiento generalizado de que la postura oficial era cierta. Mientras la sesión de MindBook no estaba activada, la probabilidad de ser observado era realmente baja. Se decía que los inspectores seguían programas aleatorios de control y que la observación, si se producía, siempre era directa, ya que sólo se grababan las sesiones. Y la plantilla de inspectores no era lo suficientemente grande como para representar una amenaza estadísticamente significativa. Pero, indudablemente, el efecto disuasorio provocado por la incertidumbre sobre las posibles consecuencias de una «mala» observación y su potencial grabación, estaba ahí. Recordó también el hecho de que las noticias de MindBook jamás habían informado de juicios o detenciones relacionadas con observaciones con pantalla «inactiva». Y ahora, por primera vez, tras abrir la caja, este vacío informativo le pareció extraño y preocupante. Lo achacó a que, hasta este momento, su comportamiento «privado» –ahora, también le sonaba extraña esta palabra– y público había sido razonablemente correcto y no tenía porqué dudar del resto de sus semejantes. A fin de cuentas, la percepción generalizada era considerar el sistema como lo más parecido a una balsa de aceite. Pero, en el momento actual, plantado ahí de pie, no había ninguna duda: acababa de traspasar la línea roja. Había abierto la caja de Pandora. Y lo pensó con conocimiento de causa. No hacía demasiado tiempo, tras aparecer la dichosa caja en una novela, consultó su significado en MindyPedia y le impactó tanto que lo archivó en su memoria: según la mitología griega, la caja contenía «todos los males del mundo» y al abrirla se creaba un mal que «no podía ser desecho».

Sobreponiéndose al creciente malestar, se aseguró de dar la espalda a la pantalla y observó la serie de objetos que acababa de depositar sobre la cama: 
  1. un laptop negro, ordenador portátil con su correspondiente cargador, que perteneció a su abuelo y que recordaba perfectamente, por haberlo usado en su juventud –el abuelo murió cuando Inquieto8! tenía veinte años–;
  2. un reproductor mp3, también recordado;
  3. un buen paquete de folios impresos –había perdido el hábito, pero diría que más de doscientos–;
  4. cuatro periódicos, el primero de la fecha del fallecimiento del abuelo en 2025 y el último de 2035, fecha de implantación de MindBook;
  5. una pequeña libreta de papel con anotaciones diversas que, deliberadamente, vio pero no leyó, con la mitad de páginas en blanco;
  6. un bolígrafo reseco –lo intuía, ni se le ocurrió cometer el sacrilegio de profanar una hoja de papel–;
  7. un lápiz burdamente afilado, mordisqueado y medio consumido –resultaba evidente que se había afilado a cuchillo, ya que en la caja no había ningún sacapuntas– y
  8. una goma bastante gastada, artefacto que, junto con el lápiz, le resultaban de lo más exóticos. No recordaba haber visto ninguno desde la escuela primaria y ya entonces eran toda una rareza. 
Por descontado, todo ello material clásico incluido en la lista negra y, por lo tanto, declarado ilegal.

La lista negra incluía cualquier dispositivo –ordenador, tabletas, llaves, grabadores, reproductores, impresoras, etc.– capacitado para almacenar o reproducir información, libros, revistas y cualquier clase de soporte en papel –incluso folios en blanco–, así como herramientas de escritura manual tales como rotuladores, bolígrafos y lápices. El sistema estableció un período de cinco años –2035 a 2040– para la transición al nuevo orden, lo que incluía, entre otras muchas «directivas», la entrega de todos los dispositivos y materiales afectados. Por descontado, en la actualidad, hacía ya décadas que habían dejado de fabricarse. MindBook los hacía totalmente innecesarios. Pero ahí, ante sus narices, tenía toda una panoplia de productos prohibidos capaces de crear, procesar y almacenar información de forma personal y autónoma. El anatema de MindBook, el gran centralizador universal de datos.

Accionó el interruptor del laptop y observó con emoción que funcionaba. Evidentemente, su padre lo utilizó hasta el final de sus días. Cómo, cuándo y dónde lo hacía se le antojó ahora un misterio insondable, pero la realidad, en forma de batería cargada, estaba ante sus propios ojos. Y la nueva personalidad de su padre, también. Su «normalidad» acababa de ser pulverizada. De repente, se sintió cansado. Decidió que ya estaba bien por hoy de sorpresas. Recogió cuidadosamente el material en la caja y la volvió a guardar en el armario. Sin saber muy bien porqué, la empujó bien hasta el fondo, a salvo de no sabía qué o quién. Pero mañana, domingo, día de su cumpleaños, volvería a la carga. Entonces, en este preciso momento del recuerdo, era sábado.

Pulsó mentalmente stop, se desvaneció la habitación de su padre y regresó al salón y al dolor de cabeza. Y ya en el presente, cómodamente sentado en su sillón, pensó: qué curioso, mientras rebobinaba... no le dolía.

Continuará...

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