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lunes, 15 de abril de 2013

MindBook - 23: Face to Face

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Tras refrescarse un poco la cara, abandonó el cuarto de baño y depositó su fatigado cerebro y envoltorio en el sofá del salón. Eran casi las ocho de la tarde. Su mirada recorrió distraída la pantalla, la cual se activó inopinadamente. Sin duda, había dirigido la vista involuntariamente al cursor. La aparición imprevista del menú le llevó a la memoria su jueguecito matutino de caza, hacía menos de doce horas. Qué diferencia. Ahora, el cursor le había cazado a él. En sólo media jornada, la situación había dado un vuelco. Los acontecimientos del día le habían llevado a cambiar sus ingenuas incomodidades y reservas por el peor de los miedos, el miedo a lo desconocido. Esperaba resolver incógnitas y se encontraba con nuevas incertidumbres de mucho mayor calado. Su padre había cogido el testigo del abuelo y se había entregado a la tarea de conocer la verdad. Con poco éxito, pero lo había intentado. Se preguntaba si, en su estado actual, sería capaz de seguir como si tal cosa. Miró a la pantalla, a su aparentemente inofensivo menú, y lo dudó. Nada podría ser igual. Debía despejar dudas, pues de otro modo, si su padre estaba en lo cierto, le resultaría imposible relacionarse con el sistema sin despertar sospechas. Por otra parte, su padre podía estar equivocado y todo el problema quedaría reducido a una paranoia obsesiva. El hecho de haber fallecido de muerte natural abonaba la última tesis. Repasó lo que tenía: epidemia de cuentas canceladas, dudas sobre la función del smartchip –se acarició levemente la nuca–, incertidumbre sobre la significación de su mindyname y por último, la desaparición de los Rolling Stones de la oferta musical de MindBook. No estaba seguro de si era poco o demasiado. Decidió hacer algo. Pensó en la forma de meter lo que tenía en una coctelera y volcar el resultado en el sistema, a ver qué pasaba. Tras pensar un poco, descartó el smartchip –no sabía cómo meterlo en la fórmula–, y planeó dos pruebas fáciles. Pero antes, debía consumir su cuota de tarde con el sistema.

Destacaban en la pantalla los mensajes pendientes, que ya ascendían a 825 –por la mañana, tenía 793–. Se le hizo una montaña, a pesar de que, contando con más de 12.000 amigos, se trataba de una cantidad ridícula, consecuencia indudable de su mindycarácter reservado. Habitualmente, una vez excluidos los favoritos, empleaba la opción de respuesta automática, especie de bingo aceptado con alegría por «la tribu» por su carácter imprevisible. Este absurdo paripé que, normalmente, le parecía divertido, en este momento le resultaba patético. Pasó de favoritos y fijó su mirada en la opción <auto>. En poco menos de un segundo, el contador de pendientes se puso a cero.

Dedicó su atención a la sección <Últimas noticias>, refrito infame e interminable de las publicaciones de sus «amigos» y de sus numerosas suscripciones, absolutamente intratable sin hacer uso de los potentes filtros de MindBook, capaces de diferenciar por temas, importancia e, incluso, por su estado de ánimo –esta última opción, nunca le había extrañado, pero hoy, ahora, le pareció muy, pero que muy, sospechosa–. Activó la opción, y el resultado fue de lo más previsible: el sistema debía haber detectado su estado de excitación extrema, pues la selección sólo incluía publicaciones inocuas y enlaces a temas relajantes, en especial videos y música chill out, que, por cierto, odiaba –esto es lo que más le animó; que MindBook no era infalible–.

No le pareció oportuno continuar sin darle un vistazo a la actualidad. Dirigió su pupila a la opción <Está pasando...> y esta vez no pasó de los titulares. Como de costumbre, la «tribu universal» se encontraba en estado catatónico. Pero el hecho diferencial estaba en que, habitualmente, se entretenía con la digestión de la recurrente cadena de sucesos dignos de alabo que se prodigaban por los cuatro confines del planeta: manifestaciones de solidaridad con el sistema, resultados de las encuestas de opinión, reducción del paro, aumento de la productividad, reducción de las diferencias salariales, nuevos programas de entretenimiento global, normalización de la oferta cultural, reducción del impacto ambiental, famoseo, etc., etc. Ninguna referencia a disturbios, protestas, redadas, detenciones ni nada que alterase la saludable convivencia que se disfrutaba. En el lado negativo, se informaba de los accidentes y catástrofes naturales y de los no-naturales debidos al factor humano, con el loable propósito de exhortar a la comunidad a la mejora –curiosamente, pensó ahora, no recordaba ningún accidente atribuido a la tecnología en sí–. Pero hoy no estaba para gaitas. Era el momento de poner en práctica su plan y ver si se aclaraba su confuso panorama mental.      

Seleccionó <MindyPedia> y dirigió inmediatamente la vista al cuadro de búsqueda, ahorrándose el hint que sabía se mostraba al mantener la mirada unos segundos sobre la opción de entrada, el cual rezaba pomposamente: «La fuente universal del conocimiento». Agarró su tableta y escribió «Rolling Stones». La respuesta fue inmediata y le dejó con la boca abierta y el ceño fruncido:
 «En inglés, Canto rodado. Fragmento de roca suelto, susceptible de ser transportado por medios naturales, como las corrientes de agua, los corrimientos de tierra, etc. Aunque no se hace distinción de forma, en general, adquiere una morfología más o menos redondeada, subredondeada u oblonga, sin aristas y con la superficie lisa, debido al desgaste sufrido por los procesos erosivos durante el transporte, generalmente causados por la corrosión o las corrientes de agua (erosión hídrica)».
Tras reponerse de tamaña demostración de erudición, un escalofrío le recorrió la espalda. Si una mente calenturienta –supuestamente enemiga de los Rolling– había sido capaz de sustraer al conocimiento colectivo la existencia del grupo pop más longevo de la historia clásica... ¿qué otras barbaridades, y en nombre de qué inconfesables intereses, se podrían haber cometido con la historia? Inquieto empezaba a dar crédito a las paranoias de su padre. Dudó en dar el siguiente paso, pero se lo debía a su memoria. Se armó de valor y seleccionó la opción <Búsqueda de amistades>. La pantalla se llenó de campos de filtro.

El algoritmo de filtro y búsqueda era potentísimo. A pesar de ello, utilizó únicamente dos de los campos. Recordaba varios de los mindynames de los desafortunados amigos de su padre a los que se les había «cancelado» la cuenta. Ahora se trataba de despejar las dudas sobre el suyo propio. En el campo <Hijo de...> escribió los cuatro que recordaba, separados por comas, y en el campo <mindyname...>  tecleó <Inquieto*>, utilizando el asterisco, comodín universal desde tiempos inmemoriales. La inmediata respuesta le heló la sangre: cuatro. Cuatro inquietos hijos de sus cuatro padres como él lo era del suyo. La daba vueltas la cabeza. Descartó la casualidad –a su edad, ya no creía en el azar–, le entró pánico y abandonó la pantalla de búsqueda sin confirmar las solicitudes de amistad. ¿Eran un ejército potencial de más de 40.000 efectivos o un enorme rebaño de borregos?

Pensó en enviar un mensaje a Alma, pero no sabría ni qué decir. Pensó en chatear con alguna de sus amistades de confianza. Pensó en lanzar la tableta contra la pantalla. Pensó en arrancarse el smartchip. Pero lo que hizo fue cerrar la sesión y entonces, en silencio, sumido mental y físicamente en la creciente penumbra crepuscular, sabiéndose observado por el esquivo, omnipresente y titilante cursor, intentando taladrar con la mirada el oscuro y amenazante centro de la pantalla, se preguntó... ¿qué o quién habrá al otro lado?

Continuará...

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