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jueves, 11 de octubre de 2012

Ética y Redes sociales

La experiencia adquirida desde los aproximadamente seis meses de interacción con alguna de ellas (las de bajo nivel, después me explico) me ha llevado a plantearme seriamente la potencial o real incidencia de las mismas en nuestra ética personal. Durante este tiempo he tenido tiempo de asistir pasiva y activamente a toda una pléyade de hechos variopintos que en algunos casos simplemente me han divertido y en otros, la mayoría, me han despertado reflexiones de un cierto calado.

Me gustaría empezar con una puntualización sobre el significado del manido concepto de red "social". En principio, distingo entre tres tipos:
  • La red social por excelencia, Internet. Esta red se caracteriza porque no es necesario definir perfil personal alguno ni exige control de acceso. Es la red universal. Por el mero hecho de abrir un navegador ya estamos "socializados" y su "conciencia" oculta es la que se encarga de mantener adecuadamente actualizado, no sabemos para beneficio de quién, nuestro perfil personal. No debemos preocuparnos de nada más. Es la capa superior de la jerarquía de las sub-redes (también "sociales", por supuesto). Todas ellas la utilizan. Su perversa importancia radica en que registra todas nuestras actividades de forma absolutamente taimada y transparente para el usuario;
  • los buscadores, en particular el predominante: Google. A pesar de su querencia por competir con redes de tercer nivel (Google+), la creación de un perfil personal es voluntaria y su acceso es tan fácil como el acceso a la madre de todas las redes. Proporciona servicios de tan amplio espectro que resulta realmente difícil sustraerse a sus encantos. Y nuestra exposición a no se sabe cuales o cuantas bases de datos, de ignorado y no siempre deseable propósito, aumenta exponencialmente. Pero a este nivel, a menos de que nos declaremos "resistentes" tecnológicos, resulta realmente difícil sustraerse. Quiero decir con esto que las posibles consecuencias o impacto en nuestro día-a-día ético no nos deben preocupar demasiado porque son las mismas a que se enfrentan la mayoría de las personas, sino todas, que tienen y utilizan acceso a Internet. Lo tenemos metabolizado. Es "el progreso". Veamos ahora el tercer nivel; 
  • las propiamente dichas "redes sociales", entre las que destaco (son las únicas con las que he tonteado) Facebook y Twitter. Se caracterizan porque son de adscripción voluntaria, lo cual es lo que les confiere características muy especiales. Nos exigen la creación de un perfil personal así como una contraseña de acceso. Más voluntareidad, imposible. Y es en este momento cuando ya nos encontramos con la primera cuestión ética. ¿Nos desnudamos o creamos un perfil ficticio? Si decidimos desnudarnos, ¿hasta dónde? No son cuestiones baladíes. Y nos ponen rápidamente frente a nosotros mismos. Todavía no hemos empezado y ya estamos ante el espejo.
Una vez presentado el tema, resulta justificado y obvio que nos vamos a centrar en el tercer nivel y en la fuerte diferenciación existente entre las dos redes citadas y en su impacto en nuestra ética. A este respecto quiero dejar muy claro que el análisis que sigue se nutre de mi escasa experiencia en ambas y, lógicamente, estará sesgado. Pero, por lo menos, creo puede tener algún interés general. Concretamente, a mí me ha servido para estimular la reflexión y, en algún caso, para reconsiderar dogmas internos (que no desvelaré, por supuesto).

Facebook: Libro de caras. Tengo que aceptar que mi primer contacto con él fue descorazonador. No entendía nada. Que si el muro por aquí, que si no tienes ningún amigo por allá, que si quieres "buscar" amigos, etc., etc. Y lo más impresionante: esa cara sin cara omnipresente que te lleva a la convicción de que hasta que no resuelvas esta indefinición no eres nadie. Luego empiezas por tu familia y poco a poco le vas pillando el tranquillo. No tardas demasiado en apreciar una compleja simplicidad engañosa. En esta complejidad es donde me he sumergido en búsqueda de "valor añadido" respecto a los tiempos en los que no estaba socializado en red. Y la verdad es que los resultados han sido dispares. Un resumen de mi situación: pocos amigos, "me gustan" pocas páginas, pertenezco a dos grupos filosóficos donde ejerzo sólo de oyente (por agotamiento intelectual), a dos grupos de física cuántica donde participo realmente poco (por falta de conocimientos) y he creado recientemente un grupo donde pretendo "socializar" a la Ciencia y la Filosofía (ímproba tarea). Este es mi discreto bagaje. Y en todo este periplo es donde he coleccionado tal variedad de experiencias, todas positivas, que no puedo por menos que estar satisfecho (en el sentido de que no me arrepiento, que volvería a hacerlo). A pesar de la profunda insatisfacción puntual que he sentido en muchos momentos. Pero, sinceramente, aunque parezca una contradicción, "valor añadido", poco.

Por ejemplo, ha aprendido que existen coleccionistas de amigos "virtuales" (doy fe de quien tiene más de 2.000) y a los que "les gusta" más de 200 páginas. Este hecho me provocó (temporalmente) un grave complejo de inferioridad al no comprender cómo le podían prestar atención a todos estos estímulos voluntarios, habida cuenta de que cualquier nueva actividad de "tus amigos" y "tus páginas" aparece bajo el estimulante epígrafe de "Últimas noticias" (yo, con "sólo" 24 amigos y "sólo" 6 páginas me paso un buen rato cada mañana). Pero enseguida comprendí que uno mismo podía decidir lo que aparecía en las "últimas noticias". Por lo tanto, esto resolvía el problema de la avalancha de datos, pero me dejaba un tanto perplejo de porqué a la gente no le importaba conocer inmediatamente su actividad. Y entonces comprendí que el concepto de amigo "virtual" era muy polifacético. Que cada uno de nosotros establece en su ética personal lo que caracteriza a una amistad (sin adjetivos) y que, posteriormente, se trata de decidir cuales de estas características no son de aplicación (se excluyen) en el caso de una amistad "virtual". Por lo tanto, para mí, una amistad "virtual" es un subconjunto de una amistad. Por ello, una amistad virtual tiene siempre atributos positivos, menos que la amistad física, pero pertenece a la misma categoría. Esto es lo que me lleva a no comprender a los coleccionistas de amigos virtuales a los que califican, a mi modo de ver, peyorativamente, de "agregados". Para ellos, pertenecen a otra categoría. Ante esta disyuntiva, mi elección es clara: me quedo con mi ética.

Luego nos encontramos con los no "amigos". Normalmente, te los encuentras en los grupos. Aquí, al no haber filtro alguno, nos encontramos con la misma fauna no virtual, pero, en mi opinión, corregida y aumentada. Grandezas y miserias. Trolls, suplantadores de personalidad, ladrones de perfiles, maleducados, intolerantes, perfiles ocultos o inexistentes, destructores gratuitos de la convivencia amigable y muchos, pero muchos, espectadores pasivos. No me voy a olvidar de los educados, de los críticos constructivos, de los realmente interesados en intercambiar conocimientos y en el enriquecimiento mutuo. Pero pocos, muy pocos. Y a pesar de que la ética es una característica personal e intrasferible, gracias a mi estéril lucha contra los molinos de viento he llegado a la conclusión de que los grupos de Facebook tienen una suerte de ética colectiva propia en la que la tolerancia se manifiesta como un caso particular de "relativismo" (ver "Las Cuatro Tolerancias"). Veamos: normalmente participan muy pocos. En un ejemplo de un grupo con 2.000 miembros, no participan habitualmente más de 20. Nadie objeta nada a los insultos, desmanes y vejaciones de algún miembro, pero cuando montas en cólera y publicas razonamientos serios y educados solicitando reacción de la comunidad, incluso la expulsión del salvaje, lo único que consigues es que aparezcan inmediatamente los "invisibles" y te tilden, como poco, de intolerante y autoritario (como poco). Y de esto si que he aprendido. He modulado mi natural explosividad y he confirmado la bondad del principio asumido de "pensar antes de actuar". Y creo que es una buena adquisición ética. También para la vida real. Las cosas son como son. Hay que saber identificar los retos. El discurso en un grupo virtual no es más que un discurso virtual. Sólo tiene sentido si te enriquece. Creo que en este tema es aceptable adoptar un enfoque egoísta y utilitarista. Todos los miembros de una red social son voluntarios. Y cada uno se manifiesta como quiere. ¿Quién soy yo para pretender cambiarlo? Ahora bien, nuestro comportamiento debe responder a nuestra ética. Y el comportamiento de los demás evidencia la suya. Y ya está.

Por último ¿qué decir de los silencios y de los "me gusta"? Las consecuencias de la no actividad (silencio) y de la mínima actividad (pulsar "me gusta") son también dignas de atención. El silencio sólo tiene sentido en los grupos donde se dispone de un indicador que revela si un miembro ha "visto" una publicación. Si no la ha "visto", el miembro se encuentra más allá del silencio. A menos que no te dediques a una investigación de actividad en otros foros o en su muro, se encuentra en la misma situación que un usuario cualquiera, amigo o no. Nunca sabrás si está de vacaciones o si, sencillamente, pasa del grupo. Está en una especie de limbo, por lo que nos olvidaremos de él. Pero quien ha "visto" una publicación y no pulsa "me gusta", con su inacción está transmitiendo un mensaje claro. Esta publicación "vista" no le interesa lo más mínimo. Y esto puede hacer mella en el ego del publicador. No debe, pero puede. Si publicamos, debemos ser refractarios a esto. Es el equivalente a quien se pasea por una librería y no se interesa por ningún libro. Yo compararía un "me gusta" con coger un libro, leer la contraportada y volverlo a dejar o comprarlo. Hemos mostrado interés. Esto es lo que hago yo. Pienso en el publicador. Creo en su motivación. Y si el tema me parece interesante y bien planteado, "me gusta". Porque me ha hecho pensar. Bien mirado, el paralelismo con la vida real debería ser total. Cuando alguien te plantea algo, si lo hace educada, inteligente y adecuadamente, debería merecer tu atención. A pesar de que no lo compartas. Y él merece que se lo hagas saber. En la vida real, mirándole a los ojos, poniéndote a su altura, atendiéndole. En Facebook, pulsando "me gusta". Después hablaremos o no, debatiremos o no. Estaremos de acuerdo o no. Esto es lo que significa para mí "me gusta".

Twitter. Pío, pío. A mi modo de ver, simple y efectivo. Reglas de juego claras. Mensajes de longitud acotada. Tribunas y seguidores. Prácticamente no lo utilizo. Pero nada que ver con Facebook. En mi opinión impacta menos a la ética personal. Mi análisis será casi tan corto como un "twit": Estrellas de la música, del deporte, personajes populares, etc., tienen una herramienta inmejorable para difundir sus mensajes y sus seguidores de estar al día. Y además, es una herramienta simple y práctica para la comunicación entre usuarios. Más que Facebook. El riesgo principal es que sus estadísticas, rankings y tendencias puedan ser sobrevalorados, mas allá de lo que significan realmente, por parte de seguidores con déficit de información externa al propio Twitter. Se autoalimenta y creo que es fácilmente manipulable. Pero no más que otros medios, virtuales o no.

En resumen, las redes "sociales" nos brindan una excelente oportunidad para revisar y practicar muchos de nuestros principios éticos. Resultan espejos y, a la vez, escaparates de nuestra personalidad. A pesar del aparente anonimato, nuestras acciones y publicaciones nos delatan. Seamos coherentes con nuestra ética. No es bueno caer en un trastorno de personalidad y crear una ética "virtual".  No olvidemos que estamos en ellas de forma voluntaria y que nuestros "amigos" tienen el derecho de saber con quien están tratando. De otro modo, nos engañaremos a nosotros mismos.

"Una pantalla grande sólo hace el doble de mala a una mala película" (Samuel Goldwyn)

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