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viernes, 27 de junio de 2014

La insoportable complejidad de una smartGate (I)

Pizarra no-smart, probablemente usada en el diseño de la smartGate
«Se debe hacer todo tan sencillo como sea posible, pero no más sencillo» (1) 

Hoy me ha vuelto a suceder. Hoy he vuelto a experimentar la impotencia frente a una realidad que te supera, la absoluta imposibilidad de comprender la enorme complejidad que se puede esconder en lo simple —puntualicemos, en lo que a mi me parece simple—, la confirmación de que existen realidades paralelas a las que nunca tendremos acceso, la necesidad práctica de aceptar las cosas tal como vienen porque no está en tu mano cambiarlas, qué digo cambiarlas, influir mínimamente en su peculiar e imprevisible comportamiento, algo que, por otra parte, me está bien merecido, dada mi condición de impenitente defensor de la incertidumbre como única verdad absoluta, excepción hecha de la última, de la definitiva bajada de telón de la función en la que actuamos como protagonistas.

Pero este convencimiento no impide mi frustración frente a determinadas situaciones —y ésta, por su compleja simplicidad, es paradigmática— que escapan a mi comprensión, probablemente en una reacción inconsciente de mi instinto de supervivencia intelectual, necesitado de un nivel básico de baldosas estables sobre las que sostenerse, a pesar de que, con el paso del tiempo y el consiguiente aumento de experiencia, mi catálogo de "verdades" es cada vez más corto y elemental (2).

Desvelaré que me estoy refiriendo a la smartGate de un parking —vulgo, puerta “inteligente” de garaje (3)—, algo que, por su propia esencia y función, debería ser el arquetipo de la simplicidad, de lo binario, un abrirse y cerrarse on demand, para dejar entrar o salir, principalmente, a los smartCars, con la ayuda de una práctica smartCard, dotada, por descontado, de tecnología contactless. Y quizá en esta omnipresencia de lo smart, en esta materialización de la espiritual e inaprensible inteligencia, en la ausencia de factor humano, incluso de contacto físico a modo de "misteriosa acción fantasmal a distancia" (4), se encuentre la clave de todo. Veamos cuál es la historia.

Erase una vez un prosaico y vulgar garaje con puerta manual y vigilantes de carne y hueso que funcionaba razonablemente bien. La puerta permanecía abierta durante el día y se mantenía cerrada durante la noche, aunque el vigilante nocturno la abría puntualmente en respuesta a las luces, ruido del motor o, en último término, al timbre dispuesto a tal efecto —supongo que el estímulo desencadenante dependía del estado de vigilia del humano, al cual, además de un camastro, se le permitía, como única concesión tecnológica, un pequeño televisor portátil con el que animar un tanto sus aburridas y solitarias noches—. Como se puede suponer, un arreglo de este tipo requería (5) de una simple y económica puerta —no smart— y de tres seres humanos a ocho horas por turno, configuración elemental con la que quedaba garantizada una eficacia (o calidad) del 100%, aunque saltaba a la vista que la eficiencia (o excelencia) económica era más que mejorable. Y, claro está, se pusieron a ello.

La primera medida fue prescindir del humano nocturno a dedicación plena, lo cual, además de un ahorro sustancial, aportó, como efecto positivo colateral, la desaparición del camastro y de la pequeña tele. Es de justicia resaltar que, a diferencia del impacto letal sobre el amortizado vigilante, la nueva configuración nocturna resultó neutra para la clientela, ya que la funcionalidad  permaneció intacta, si exceptuamos la ligeramente incómoda variante de tener que tocar siempre el timbre para alertar al nuevo portero, recepcionista de guardia en el Hotel al que pertenece el garaje, el cual, hasta este momento, alojaba en amigable y práctica convivencia (5), tanto vehículos particulares en régimen de alquiler —mi caso—  como vehículos de clientes. Pero ahí no quedó todo. Indudablemente, los planes de optimización seguían su inapelable curso, como indicaba claramente el rostro preocupado y las veladas quejas de los dos humanos supervivientes del primer corte.

Continuará...

Notas:
  1. Frase de Albert Einstein (probablemente, lo entendieron al revés).
  2. Prácticamente, ya sólo me queda la tabla de sumar.
  3. A partir de aquí utilizo para los términos tecnológicos la terminología cool tan en boga en todos los ámbitos.
  4. Einstein dixit, refiriéndose al esquivo entrelazamiento cuántico.
  5. Nótese el tiempo pasado.

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