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viernes, 5 de julio de 2013

Pensar (casi) con los pies

ó
«Cómo el dedo meñique puede afectar negativamente al pensamiento introspectivo, en especial a la producción de aforismos (pretendidamente) propios»

Debo reconocer que la producción de aforismos es un ejercicio intelectual que me agrada sobremanera. El hecho de conseguir declaraciones o proposiciones concisas que expresen con una cierta precisión conceptos de mucho mayor calado que el simple enunciado me resulta sumamente gratificante por su condición de estímulo sintetizador, especialmente apropiado para una mentalidad fundamentalmente analítica, sin menospreciar el fenomenal aprendizaje que representa para un novicio de Twitter.

Soy consciente de que, a estas alturas de la civilización, la gran mayoría de las frases pretendidamente –y en muchos casos, presuntuosamente– vendidas como propias, tienen su origen en una percepción sensorial, en una creación –artística, literaria o verbal– ajena que, por habernos impactado especialmente, se ha alojado inconscientemente en lo más recóndito de nuestra memoria. Después, de forma inopinada o en respuesta a un estímulo reflexivo, afloran a la superficie, convenientemente digeridas o adaptadas a nuestra personal forma de expresión. Por lo menos en mi caso, ya que, por suerte o por desgracia, dispongo de escasa o nula capacidad de retención literal, lo que me lleva a almacenar los conceptos, generalmente difusos, los cuales, cuando los preciso, debo concretar –a menudo empleo el término «destilar»– de nuevo. Lo mismo me sucede con las fuentes: tiendo a olvidarlas o a confundirlas, lo que es prácticamente lo mismo –aunque, en realidad, no pongo especial interés en retenerlas–. Valga esta introducción como pliego de descargo y justificación general para las frases (casi) propias que puedan ser acusadas de plagio. No es en absoluto mi intención. Puedo asegurar que su origen inmediato es propio –habitualmente en mis paseos; pienso mucho con los pies– y que se han transferido directamente desde el cerebro a mi mano y de ésta, rotulador mediante, a una libretita que tengo siempre a tiro. Si algún lector identifica un origen ajeno, se agradecerán referencias concretas del desaguisado. En cualquier caso, el que se sienta libre de pecado, que tire la primera piedra. Probablemente, todo está escrito y todos los que disfrutamos con la escritura de no-ficción no hacemos más que darle vueltas a lo mismo. ¿Copia? ¿Vulneración de algún principio moral o ético(1)? No lo creo. Por lo menos, si se dan las premisas expuestas.

Pero..., ¿cuándo y cómo se generan estos aforismos? Hemos ya adelantado que pienso mucho con los pies. Puntualicemos un poco. O más bien, especifiquemos el alcance del término «pensar», a pesar de que, en cierto modo, ya ha quedado explicitado en el subtítulo de este artículo: no nos estamos refiriendo a la acción previa a toda toma de decisiones, a la primera fase del cotidiano y fundamental proceso Pensar > Decidir > Actuar(2). Nos estamos refiriendo al pensamiento introspectivo, a la reflexión estéril, a la satisfacción de una necesidad que, en mi caso particular, en mi estado de clase pasiva, es de gran importancia para mi estabilidad emocional: pensar por pensar. Y resulta que me he dado cuenta que pienso(3) por (con) los pies. Veamos porqué:

¡¡¡ Qué horror !!!
Siempre me ha gustado andar. Y ando –como la mayoría– con los pies. También me ha gustado pensar mientras ando. Pero claro, ésto no quiere decir que piense con los pies. Lo que ha sucedido es que un reciente suceso me ha revelado que sólo pienso mientras ando. Lo que nos lleva a dos hechos que trataremos independientemente: a) me gusta pensar mientras ando y b) sólo pienso mientras ando(4). En cuanto al primero, sostengo el argumento con el hecho de que no consigo pensar sentado en el sillón mirando a la pared o, como se aconseja por los gurús de la búsqueda del «yo», cerrando los ojos y «mirando» mi interior reflejado en el revés de los párpados. Tampoco me motiva –para esta tarea– el silencio, lo que me lleva a pensar que si me encerrasen en una cámara de privación sensorial, el estruendo del torrente sanguíneo, el retumbar del pulso y los estertores intestinales representarían una tortura absolutamente esterilizadora, la negación de todo pensamiento creativo, la no-producción. En cambio, salgo a la calle a caminar y todo cambia. El tronante ruido del tráfico –normalmente camino unos seis kilómetros en el lateral de una avenida de tráfico denso–, el excitante –por peligroso– esquivar los slalom de las bicicletas y monopatines, el sortear a los vehículos que no respetan o que bloquean los pasos de peatones, el estentóreo graznido de las cotorras que han colonizado BCN, el altisonante monólogo de los usuarios callejeros de móviles –lamentablemente no se escucha al interlocutor–, el lacerante o gratificante sol –según estación; acostumbro a caminar al mediodía–, unidos al rítmico y cadencioso paso-a-paso, conforman, en mi caso, el escenario óptimo para la introspección. De forma progresiva, se despierta la mente, se aísla selectivamente del entorno y empiezan a fluir los pensamientos. Y digo selectivamente, porque sigue extremadamente atenta a cualquier input que merezca evaluación y reflexión. Y si no aparecen, sin duda, rebusca en el almacén de los recuerdos. Debe ser así porque siempre hay cosecha. Siempre regreso a casa con algo. Con alguna frase resumen de mis reflexiones, con algún tema para desarrollar. Por eso me gusta caminar: porque siempre pienso. Pero nunca había caído en el hecho b): en que sólo pienso mientras camino. Hasta hace poco. Hasta que me golpeé el dedo meñique del pie derecho en una pata de mesa y se convirtió en un pequeño globo rojo repleto de agujas punzantes. Y como consecuencia, casi dos meses de abstinencia mental que me han llevado a una absoluta sequía en la producción de aforismos. A pesar de las grandes dosis de sofá y de mis frustrados intentos de estimular mi imaginación. Porque he leído mucho, pero no es lo mismo. Si te obsesionas en conseguir algo, corres el riesgo de hacerte trampa y caer en el recurso fácil de alterar o disfrazar –con la mejor de las intenciones– lo leído. En cambio, caminar, y pensar caminando, te obliga a utilizar el entorno físico o los recuerdos, con lo que la garantía de originalidad y «propiedad intelectual» aumenta(5).

Y con esto queda explicado: pienso con los pies. Afortunadamente, el globo se ha deshinchado y las agujas han desaparecido, lo que me ha permitido de nuevo volver a la calle y reanudar la producción de aforismos y temas de reflexión. Y funciona. Hasta el punto de que –complementando la temática general– daré entrada en el blog a estas frases (casi) propias y a su desarrollo justificativo. Mientras pueda caminar y escribir.  

Notas:
1 - Ambos términos en su significado coloquial. A lo largo de mis publicaciones, he dejado bastante claro que, EMHO, ambos conceptos no tienen nada de absoluto o universal: el primero –la moral– encierra un relativismo colectivo y el segundo –la ética–, individual.
2 - Entra en este verbo genérico el «escribir», acción particularmente gratificante.
3 - En adelante, «pensar» siempre entendido como pensamiento introspectivo.
4 - En determinadas condiciones.
5 - La garantía absoluta nunca se tiene.

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