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domingo, 3 de febrero de 2013

La inacción activa

"Así como el silencio puede ser estruendoso, no actuar puede ser la acción más potente". Así finalizaba, ayer mismo, mi último artículo: negándome a actuar de forma rotunda ante una solicitud concreta respecto a los líderes de la tribu. Me gustaría empezar hoy justificando brevemente el porqué de abordar este tema aquí y ahora. La explicación radica en una especie de mal sabor de boca que no me ha abandonado desde su redacción y publicación. Esta sensación de incomodidad, en principio difusa, se fue concretando al mezclarse mi "inacción", probablemente mal expresada y, consecuentemente, mal entendida, con la lamentable y aguda crisis que está sufriendo el colectivo "nacional", influenciada en mayor o menor medida, en su faceta económica, por factores externos y con la evidencia objetiva de que la enfermedad se ha extendido de forma virulenta y cancerígena -en ambos casos, autóctona- a las esferas judicial y política. Entonces, el detonante de este artículo es el deseo de que esta "inacción" quede debidamente justificada y arropada en el marco de la ética personal. Conviene también indicar que, al margen del hecho concreto y local que se aborda, el artículo pretende adoptar un enfoque de aplicación general a colectivos de características similares.

Justicia, Economía, Política
Estos tres conceptos representan la interfaz entre el individuo y la colectividad. Son las tres patas en las que se sustenta un colectivo, con independencia de su alcance. Así como los conceptos citados determinan los aspectos cualitativos que caracterizan y cohesionan el colectivo (en otras palabras, su moral), el alcance establece su dimensión cuantitativa y responde a criterios convencionales de agrupación universalmente aceptados. De menor a mayor (con sus variantes nominales), los definiremos como familia, municipio (pueblo, ciudad), supermunicipio (región, país, autonomía, cantón), estado (nación, reino, república), superestado (federación, confederación) y, con alcance universal, la Organización de las Naciones Unidas.

En todo colectivo es preciso gestionar adecuadamente los tres conceptos citados, siendo la calidad y la excelencia de esta gestión la que caracterizará el nivel de satisfacción, incluso la felicidad, de los miembros del conjunto. Continuando con la introducción del tema, nos aventuramos a establecer incluso el orden de precedencia entre ellos, que corresponde al establecido en el título, orden que justificaremos adecuadamente y que, en ningún caso, anula o atenúa la fuerte correlación entre ellos.    

Creemos que la justicia o, más bien expresado, la necesidad de administrar justicia, fue la primera en aparecer. Cuando los individuos formaron la primera colectividad, fue preciso establecer unas reglas de convivencia que mantuvieran la cohesión del grupo en orden a asegurar su supervivencia, tanto frente a problemas internos como a peligros externos. Una administración equitativa e imparcial de la justicia, tanto a nivel familiar como tribal, sería entonces el cemento que asegurase la permanencia y la estabilidad como grupo. Por lo tanto, creemos que la justicia es el bien primordial que debe primar sobre los demás. A continuación, parece lógico que un colectivo que asuma su condición de buen grado, encuentre la forma de gestionar adecuadamente los bienes personales y la contribución de la "riqueza" individual al mantenimiento de la colectividad, con lo que queda inventada la economía. Esto nos deja en último término -quizá es sintomático- a la política, a la que definiremos como un sistema creado para establecer las responsabilidades en la determinación y administración de las normas que deberían aplicarse en los ámbitos judicial y económico.  

Este escrito pretende reflexionar de forma bidireccional: por una parte, sobre la relación del individuo con la colectividad, analizando su capacidad de influenciar, incluso determinar, la calidad de los tres conceptos y, en sentido contrario, el impacto de la calidad y la excelencia de la gestión judicial, económica y política del colectivo sobre el propio individuo, conformando un sistema de bucle cerrado que gira siempre en torno al mismo. Esta circunstancia se olvida con frecuencia y es la que vamos a abordar desde la óptica de nuestra ética personal, la cual, como hemos repetido hasta la saciedad, está representada por nuestros compromisos adquiridos voluntaria y racionalmente con el entorno próximo y lejano.

¿Cómo afrontar la grave situación colectiva desde la ética personal?
Resulta evidente que la justicia, la economía y la política son conceptos que aparecen y adquieren su dimensión efectiva cuando se aplican a nivel colectivo. Los conceptos de autojusticia, autoeconomía o autopolítica son inaplicables por el hecho elemental de que gestor y gestionado son la misma persona. Podemos pues afirmar que todo empieza por la relación del individuo con el colectivo de menor dimensión, con su entorno próximo, con la familia. A nivel general, todo individuo que ostente la condición de líder debe asumir la responsabilidad de gestionar adecuadamente al colectivo sobre el que tiene influencia directa. Esto implica aplicar justicia de forma imparcial y equitativa, gestionar la economía con eficacia y conducirse de forma políticamente satisfactoria. Es en el entorno familiar, debido al reducido número de individuos, donde debería ser más fácil respetar estos principios. Pero esta facilidad teórica es engañosa ya que se ve mediatizada por el efecto rebote que presiona desde la moral del colectivo de orden superior. Esta moral colectiva, la percepción de una justicia ineficaz e "injusta", de una economía despilfarradora y de una política corruptora, corrupta, endógena y de clase, es capaz de contaminar los mejores esfuerzos y voluntades a nivel individual, transmitiéndose a los individuos la sensación de que "todo el monte es orégano" y el deseo de participar en el reparto.

No conviene olvidar que en colectivos de orden superior, justicia, economía y política se gestionan también por personas, por individuos que, si aplicasen los mismos principios que deberían aplicar a nivel familiar, no se comportarían de forma despótica, no se gastarían más de lo que tienen ni antepondrian su interés personal al de su propia familia. Y si lo hicieran, darían la justa medida de su mezquindad, justificando la deplorable situación en la que nos encontramos.

Por lo tanto, todo se reduce al individuo. El mismo individuo que se queja violentamente y sale a la calle cuando ve recortadas sus prebendas, las cuales, en muchos casos le han sido dadas por los individuos que, formalmente, le representan, en un intento nada camuflado de asegurar su permanencia en el gratificante puesto. Es necesario resaltar que a nadie le amarga un dulce y que los ahora indignados no protestaban en absoluto cuando los individuos ahora criticados les ponían al lado de casa un aeropuerto, un hospital, una autopista con salida privada o un AVE con apeadero. De hecho, respondían a estas iniciativas con los adecuados votos a estos eficaces y eficientes gestores, repartidores de caramelos. Aunque esta situación, aún siendo mala, sería digerible si a esta ineficacia e ineficiencia no se sumara una sensación de corrupción generalizada no aclarada de forma mínimamente creíble, azuzada por intereses bastardos cuya única motivación, disfrazada de indignación legítima, es "darle la vuelta a la tortilla". La pata de la justicia, formada también por individuos, juega también su papel de tortuga agotando la paciencia de quien todavía mantiene una cierta confianza en su teórica imparcialidad, independencia y equidad.

Las causas
De la pata política ya hemos hablado, aunque añadiremos que la imagen que proyecta es que no se siente responsable respecto a los electores, sino al sub-colectivo al que pertenece, que es el que realmente le nombra al incluirlo en las listas electorales. Esta es la causa principal y sólo la eliminación de la causa podrá evitar la repetición del problema. Esta es la base, el ABC de la mejora de la calidad. Cambio de ley electoral, listas abiertas, circunscripciones de electores y responsabilidad ante ellos. Si no es así, tendremos más de lo mismo: un sistema cerrado que se autoalimenta en su ineficacia, ineficiencia y servicio a intereses bastardos y perversos.

Las acciones
Me molesta leer que ha llegado el momento de pasar a la acción, que debemos salir a la calle, que los filósofos, intelectuales y pensadores deben tomar partido por exigir la dimisión, por acabar con la corrupción, por... Pues no estoy de acuerdo. Y no acepto acusaciones de pasotismo. La primera acción individual es dar ejemplo permanente al entorno con una conducta ejemplar. A continuación, hay que evitar contribuir a la algarabía, a la confusión, al aumento del deterioro de la convivencia, al alboroto del gallinero, a las manifestaciones manipuladas por intereses bastardos. En lugar de solicitar dimisiones y nuevas elecciones que no harían otra cosa que perpetuar el sistema, me gustaría que individuos racionales, inteligentes, independientes y no contaminados propugnasen un verdadero cambio de paradigma. Que, en lugar de solicitar dimisiones, hablasen de los medios sesgados y apesebrados. De la utilización selectiva de filtraciones. De la falta de análisis independientes e inteligentes. De la presencia pasiva de los periodistas a lecturas de comunicados sin permitirles formular preguntas. De atriles tras los que se escudan políticos de mirada altiva dirigiéndose a públicos cautivos. De ser acusados de no comprender a los gestores. De individuos que ingresan desde bebés en la versión actual (siglo XXI) del Frente de Juventudes y medran en sus organizaciones hasta alcanzar su límite de incompetencia. De individuos sentados en una cámara con su libertad de opinión y de voto anulada, que les lleva a obedecer en las votaciones a signos del portavoz como marionetas de guiñol. De individuos que no representan ni se sienten responsables ante los individuos teóricamente representados. De... ¿Dimisión? ¿Para qué?

La inacción
El sentido común nos lleva a no ser cómplices de tamaña patraña. Por lo tanto, defiendo como posición ética personal, ante unas elecciones, no votar. Y así lo he venido haciendo de un tiempo a esta parte. Y lo dice quien ha vivido la dictadura, quien ha corrido delante de los caballos, quien ha visitado amistades detenidas -todo esto en los tiempos del Frente de Juventudes auténtico- y quien había depositado en el sistema todas sus esperanzas y expectativas. Por lo tanto, defiendo la inacción para que todo cambie. Que nadie vote a nadie. Colegios vacíos todo el día. Quiero oir esto a los individuos racionales a los que me refería anteriormente. A los intelectuales, filósofos y pensadores que exigen dimisiones. Que den ejemplo a su entorno con su conducta ejemplar y que, llegado el caso de votar, que no voten. Que llamen a no votar. Y después, que no hagan nada. Que no escriban. Que no hablen. Que ni siquiera reflexionen. Silencio, indiferencia, estatismo, ausencia de movimiento, parálisis, encefalograma plano. Quizá entonces, el colectivo se aplique un tratamiento de choque, una reacción de los individuos no contaminados, quizá desde dentro de los propios partidos. ¿Una segunda transición? Y vuelta a empezar el ciclo. Con la herencia encontrada, no será fácil. Se trata de la regeneración de toda una sociedad. De la mayoría de los individuos que la componen. De una nueva moral, basada en una nueva gestión judicial, económica y política. A fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de ética personal. Al individuo y al reconocimiento de su responsabilidad en todo lo que sucede al colectivo. Me permitirán que sea escéptico. Y que, mientras tanto, ni vote ni solicite dimisiones.

"Por eso vivo según la naturaleza si me entrego a ella por completo, si soy su admirador y venerador. Y la naturaleza ha querido que yo haga las dos cosas: actuar y entregarme a la contemplación. Hago las dos cosas, puesto que tampoco la contemplación existe sin acción".
(Lucio Anneo Séneca)

NOTA: Es importante destacar que nos hemos dirigido exclusivamente a colectivos cuyo sistema político puede calificarse de "democrático", en la más amplia acepción del término. Es decir, que participen mediante voto en la elección de sus representantes, a los que se les delega la gestión colectiva de sus intereses. Y que esta recomendación de "inacción activa" la consideramos de aplicación general a estos colectivos ante situaciones tan extremas como la comentada. Lo cual no impide que también la consideremos utópica, pero defendible.

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